Todavía hay restos tuyos esparcidos por la cama.
Segundos de un asesinato.

Huele.

He intentado borrarlo todo.
Pero las manchas de sangre surgen en las sábanas cada mañana.
Me saludan con una sonrisa maliciosa.


Vuelvo a mirar y ahí están.
Siguen ahí.
Me persiguen allá donde vaya.

Algunos le llaman conciencia, otros culpa, yo dolor.

Ni las pastillas, ni la música, ni las lágrimas, ni unos besos
ni su voz, ni un libro, ni escribir. No huye de aquí. No se ha ido con él.

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