Yo, que no soy como las demás.

¿Cuál de las dos experiencias es la más real?
La intensidad del ayer palidece, engullida por el hoy.
Los tiempos se confunden.

Tengo sed, la boca me ardía de sed.
Tras desvestirme empieza por chuparme los dedos de los pies, uno por uno, con mucha calma, después los de las manos y haciendo movimientos circulares con la lengua, de ahí baja a mi vientre y traza un círculo de saliva alrededor del ombligo...
Después separa las piernas y me besa la cara interna de los muslos. Casi sin darme cuenta de lo que hago, abro aún más las piernas para permitirle el libre acceso.
Él avanza, a besos y lametazos íntimos, abriéndose paso lento y dulce, pero seguro, hasta mi entrepierna y luego, con el pulgar y el corazón, separa en dos mi sexo.
Desliza su dedo corazón a lo largo, descubriendo círculos traviesos en su recorrido, jugando a excitarme a retrasar lo que estoy deseando.
Por fin llega y entonces se inclina sobre él.
Toca, indaga, explora, aprieta, masajea, acaricia, muerde, besa, araña, suavemente y con fuerza, y sopla aire caliente.

En la cama siempre había tres personas: Él y mis dos Yo con las que hacía el amor, dos de las tantas que coexisten en el fondo de mí y que han decidido asormarse una noche a la superficie epidérmica de mi Yo tangible. Una es la que lo hacía con Él, la que se desespera porque no sabe cómo se juega a ganar esta apuesta tan particular.
La otra observa todo de la distancia, y decide que la que está en la cama no es la misma que escribe aquí, sino otra que había sido muchos años antes y a la que había intentado abandonar.
Y al contemplar la curva de sus nalgas, observando a distancia mi otra Yo se pregunta, no comprende como la otra ha participado en todo esto.
Y repara sorprendida y asustada que Él comparte con todos los anteriores el mismo cuerpo sin género. El mismo cuerpo. La Yo inclinada sobre su sexo solo sabía ver la mentira.
Hacía mucho tiempo que la Yo que miraba desde la silla todo esto, que nos espiaba cada noche en cada callejón en cada baño en cada país, sabía que esto iba a pasar. Había decidido abandonar esta clase de apuestas, no jugar a complacer a otros que no sentían el menor interés en complacerla, y ahora se siente traicionada por esa Amanda que no es.

"Se entiende por adicción al sexo la que sufre aquella persona que es capaz de sacrificar algo que le importa por sexo. "
Mi personalidad se diluía en una especie de trance en el que dejaba de lado cualquier otra consideración y obviaba una serie de factores, que, considerados racionalmente, la habrían disuadido.

Mis dos Yo, esos que forman parte de mí, son la misma persona.
Miles y variados Yo.
Algo que el ser humano todavía no entiende, que hay muchas partes de mí.

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